The Inn of the Sixth Happiness

Título: The Inn of the Sixth Happiness

Director: Mark Robson

Música: Malcolm Arnold

El diván de Sir Malcolm Arnold

La singular capacidad del ser humano para sobreponerse a las adversidades de la vida cotidiana (llamémoslas domésticas) constituye uno de los grandes misterios de la humanidad. Supongo que la manida expresión castiza, querer es poder –voluntad, empeño y perseverancia-, que tantas veces hemos utilizado para describir alguna hazaña relacionada con esa capacidad, tan humana que solo a nosotros nos compete; es una de las expresiones que mejor definen la complicada, pero no menos interesante vida, del compositor inglés Malcolm Arnold. Esquizofrénico de pro, a Malcolm se le diagnostico esta enfermedad a los 20 años de edad, evaluación que no impidió, y he aquí el quid de la cuestión, que desarrollara con aparente normalidad su profesión. ¿Suerte, o milagro?, le preguntó el impío a Jesús… ¡pues vaya usted a saber! La cuestión, la de peso, la que realmente importa, es que este esquizofrénico, alcohólico y autodestructivo ser humano escribió algunas de las páginas más interesantes de la historia de la música cinematográfica (clásica también) de todos los tiempos, llegando a recibir un merecido Oscar por su obra, The Bridge on the River Kwai, superproducción dirigida en el año 1957 por David Lean. Con estos mimbres, y unos cuantos divorcios más a sus espaldas que agravaron su ya de por sí maltrecha capacidad, todavía hoy parece increíble que este hombre pudiera escribir obras como la que nos ocupa, The Inn of the Sixth Happiness (1958), un inspirado trabajo –para los aficionados, uno de los mejores, sino el mejor- que el músico compuso un año después de su mediático galardón. ¿Suerte, o milagro?, volvió a preguntar el incrédulo; pues ni lo uno, ni lo otro… trabajo y talento, que de eso iba Arnold más bien sobrado.

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The Inn of the Sixth Happiness

A tenor de los acontecimientos (el premio de la Academia) no es de extrañar que el nombre de Malcolm Arnold acabara sobre las mesas de algunos de los productores causantes de este biopic basado en la novela de Alan Burgess, The Small Woman, que dirigió Mark Robson en 1958; y es que ganar un Oscar trae consigo estas cosas. A groso modo, la historia gira en torno a Gladys Aylward (Ingrid Bergman), una intrépida misionera británica que viajo hasta China para formar parte de las misiones. “Allí levantó un albergue para acoger a los agotados y hambrientos viajeros que recorrían las montañas. Consiguió, además, ganarse la confianza y la admiración de los hostiles nativos, enamorar a un coronel euro-asiático y convertir al cristianismo a un poderoso mandarín. Pero su mayor hazaña la logró cuando en 1938, ante la inminente invasión japonesa, llevó a cien niños sin hogar a través de las montañas a un lugar seguro”. (Filmaffinity) Con estos elementos tan cinematográficos (drama, épica y romance) Arnold construyo un discurso cargado de optimismo y esperanza que contrasta, ora con el desarrollo argumental de la historia, ora con la disposición de su compleja naturaleza, más cercana a la locura que a la cordura.

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Una música de contrastes

Esta es la idea sobre la que gira toda la partitura, una idea muy bien construida que desde el principio muestra la inquebrantable personalidad –fe- de la protagonista. Es en su luminosa Obertura donde el músico expone por primera vez el tema principal –puede que el único- que describe la esperanza y el optimismo de una mujer cuyo propósito en la vida es más fuerte que todas las adversidades que se le presentan a lo largo del camino. He aquí el primer y más interesante contraste que presenta la música… la luz contra la oscuridad, ya sea de la propia historia, o de la desastrosa vida emocional del músico. El desarrollo temático posterior es muy atractivo gracias a la forma en la que el músico vincula esta idea con la protagonista, mostrando con ella, no solo esa fe ciega en lo que quiere conseguir, sino también la fuerza del compromiso que la misionera adquiere con los desfavorecidos. Son numerosas las variaciones que aparecen de este Leitmotiv, pero quizá, sea la que atañe a la marcha de los niños hacia Yangcheng una de las más interesantes de la obra –Children´s March from Yangcheng-, una especie de marcha solemne, de pompa y circunstancia, como buen inglés que era, que Arnold teje sobre la apacible melodía de la misionera en un juego de contrarios muy sofisticado e interesante. La partitura se completa con música de carácter incidental creada para enfatizar las acciones más violentas de la historia.

Si yo hubiera sido el psiquiatra de señor Arnold le hubiera recetado lo siguiente: un par de obras cada 8 horas… no hay mejor remedio para la locura que este.