The Cakemaker

 

Ausencias y presencias

            Entre estas dos pseudo realidades poéticas se articula la mayor parte de la música cinematográfica que conocemos. Las obras de cientos de músicos han jugado a lo largo de las décadas con esta caprichosa dualidad para conseguir el efecto cinematográfico por antonomasia, que no es otro que aquel que muestra una determinada cosa (presencia) cuando esta, por mor de su propia inconsistencia, se muestra de un modo invisible (ausencia). Así mismo, y esto es una certeza matemática, es en esta suerte de contrarios donde se definen de un modo diáfano las líneas argumentales de un sinfín de cintas que sin pudor alguno optan por esta clase de lenguaje audiovisual. Dicho así parece un galimatías, pero si se explica desde la experiencia (memoria cinematográfica) es fácil encontrar numerosos ejemplos que refrendan esta forma de hacer cine. Pienso que este no es el foro idóneo para refrescar la memoria de los aficionados más olvidadizos, que haberlos haylos; pero vaya por delante que es en el género de la ciencia ficción, y sobre todo en el de los manidos superhéroes sacados del comic, donde este recurso ha calado más hondo. Estas dos representaciones (fotograma Vs pentagrama) cohabitan de un modo natural mostrando que la música como recurso narrativo va más allá de la imagen. Para explicar con cierto rigor la naturaleza de estos dos elementos podría recurrir a un discurso de índole filosófica que, entendido desde su propia raíz, podría mostrar de un modo apriorístico la realidad que pretendo contar a través de la obra del compositor francés Dominique Charpentier; pero aun así, considero que es más sencillo desembrollar la cuestión utilizando las minimalistas melodías que el músico ha escrito para esta interesante película. Por tanto, la estrecha relación que existe entre la ausencia y la presencia queda definida en la sentida exposición que Dominique hace del leitmotiv principal, melodía que vertebra la historia del protagonista ausente (Oren) y su vínculo con las diferentes presencias que lo rodean.   

            El realizador Ofir Raul Graizer compone un heterogéneo collage de razas, credos y sexos que inicia su recorrido en la cosmopolita ciudad de Berlín, urbe donde Oren, un ingeniero israelí se encapricha de un joven repostero alemán. Tras un trágico accidente  Thomas queda huérfano provocando que el romance acabe con la misma fugacidad con la que empieza, hecho que marca su trágico descenso a los infiernos. Roto por el dolor de la ausencia (será presencia a través de la música), Thomas viaja a Jerusalén para conocer la anodina vida que Oren llevaba junto a su mujer (Anat) y su hijo, y es a partir de este momento cuando las emociones del repostero se enredan con las confesiones, profesiones y un extraño sentido de la lealtad que ponen de manifiesto la vulnerable condición humana. El director marida todos estos elementos empleando la música de un modo muy inteligente para entender que esta acaba siendo la imagen que representa la profunda relación de los dos protagonistas; o dicho de otro modo, es en la conmovedora ilación de ambos, lugar donde juegan, si tal cosa fuera posible, las ausencias y las presencias

            La música de El repostero de Berlín es tan sencilla como profunda… Dominique Charpentier plantea su ideario a través del piano como único vehículo de comunicación mostrando que unas cuantas notas bastan para expresar todo aquello que la imagen no es capaz de exponer. Esta es la gran aportación del compositor francés a la historia, la de dejar que la vida de Oren (ausencia) siga fluyendo al son que marcan las 88 teclas del piano (presencia). Mientras suenan, la vida sigue a través de la triste y perdida mirada del repostero, náufrago que busca en los afligidos sonidos de la ausencia un atisbo de esperanza que lo reconcilie con la realidad. Con alguna que otra variación del leitmotiv principal la obra se convierte en una instantánea que el protagonista visualiza cada vez que el recuerdo de su amante aparece en todo lo que le rodea. La nueva y extraña relación que mantiene con la viuda y su hijo, o el beligerante vínculo que le une al hermano judío de Anat, quedan a merced de la apariencia que la música tiene (tema de Oren) como primer motor de la propia historia. Su música explica con acierto la relación que hay entre la ausencia y la presencia como recurso narrativo.